Apuntes sobre la violencia dirigidos a la «sociedad civil», para su lectura y reflexión

Texto repartido en la Manifestacion del Foro Social de Granada del 20 Marzo del 2004

“El militarismo es la obligación del empleo universal de la violencia como medio para los fines del Estado»
Walter Benjamín‘Violencia (del lat. Violentia) 1 f. Cualidad de violento. 2 Utilización de la fuerza en cualquier operación, en especial con referencia a cosas no materiales. 3 Manera de proceder, particularmente un gobierno, en que se hace uso exclusivo o excesivo de la fuerza.
María Moliner, Diccionario de uso del español.

A raíz de los últimos hechos acontecidos en la sociedad española, y de las reacciones que han tenido lugar, hemos creído necesario aclarar ciertos conceptos que están siendo utilizados a la ligera. La manipulación del lenguaje es una constante en el seno de la sociedad capitalista, pero no por ser costumbre vamos a dejar de cagarnos en ella. Queremos poner en evidencia hasta que punto puede llegar la aberración de quienes con 200 muertos en la mesa, se permiten el lujo moral de condenar a un puñado de chavales por hacer unas pintadas, gritar consignas anticapitalistas o arrear patadas a la persiana metálica de la sede del PP. «Violentos», esos son…

No se puede pretender por parte de las clases medias acomodadas (con buena conciencia y cierta preocupación social) el que nosotros, en tanto que residuos marginales y subproductos del sistema que ellos han construido, aceptemos/entendamos a las buenas su crítica humanista y legalista a los daños colaterales del sistema. El demócrata de derechas o de izquierdas – que asume y legitima las reglas del juego capitalista, al no sufrir la violencia que genera el mundo en el que se desarrollan nuestras vidas, nunca podrá posicionarse frente a él; se limitará en todo caso a enjuagarle las heridas. Al igual que cualquiera puede entender que no puede darse unidad alguna entre verdugos y víctimas, queremos haceros caer en la cuenta de que tampoco puede darse unidad alguna entre víctimas y espectadores; más aún, de los espectadores, tan sólo esperamos que llegue el día en que se avergüencen de su condición.

Violencia en sentido estricto sólo hay una, la fundacional, la que hace que el mundo gire y gire: la explotación del hombre por el hombre. Todas las demás, no son sino consecuencias secundarias de esta primera. Para nosotros, la violencia es algo intrínseco a la vida misma, es todo cuanto hemos conocido: la de la mirada y el salario del patrón, la de las pastillas del psiquiatra, la del empresario que te exprime cada gota de sangre para sacar más plusvalía, la de la policía (¿ya no se acuerdan ustedes de aquella secuencia televisada en la que un simpático antidisturbio arremetía con toda la saña del mundo contra el cráneo de una manifestante contraria a la guerra de Irak?, que frágil es la memoria ¿verdad?), la de la amenaza de encierro en cárceles y comisarías, la de la droga con la que intentan calmar nuestra rebeldía… Desde niños: violencia, violencia y violencia. ¿Acaso pretende alguien que renunciemos a nuestro derecho a indignarnos? Avisamos: no nos quedan mejillas que poner.

Hay cierta gente que no acaba de comprender que haya quien rechace de plano la democracia representativa que organiza la sociedad. Esas personas tampoco podrán entender nunca el que no podamos reaccionar frente al horror tocando los timbales o votando a tal o cual partido político. No, esos no entenderán que los políticos sobran de nuestras vidas de la misma manera que las cucarachas sobran de nuestra comida. Nuestro luto y nuestro dolor por la matanza de estudiantes y trabajadores acaecida en Madrid, únicamente puede tomar forma bajo la indignación generalizada. Indignación contra la clase política, contra ese hatajo de chupasangres que nunca cogen un transporte público atestado de gente para ir a sus despachos, indignación contra el periodista carroñero que busca el testimonio más desgarrador y la foto con más carne muerta para vender más y mejor. Violencia es cambiar muertos por votos y ser un estratega de la masacre (si es eta ganan los unos, si son los fundamentalistas ganan los otros… sea quien sea, se mueren los mismos de siempre), violencia es basar tu profesión en la espectacularización del sufrimiento ajeno.

Desde el momento en que no se hace una crítica radical (de raíz) al sistema económico y social vigente, se acepta su juego; y aceptar su juego equivale a aceptar su violencia, ser partícipe de ella. De esta manera el capital puede ser capaz de otorgar certificados para ser un muerto de primera o de segunda, porque todos sabemos que no es lo mismo ese señor que todos los días cae del andamio mientras curra a destajo, que aquel al que mata eta, Al Qaeda o su puta madre.

Nuestra rabia no la pueden contener un millón de minutos de silencio. La solidaridad, tal y como la entendemos, no puede quedar en un gesto puntual y efímero que se comparte con aquellos que son los auténticos patrocinadores de la barbarie misma; la solidaridad o es entre iguales, o es espectáculo. Y no es entonces tan difícil entender, que cuando miembros del Foro Social insultan a manifestantes por indignarse, y se llenan su hipócrita boca con el estigma preferido de la democracia: ¡violentos!, a nosotros algo nos huela tremendamente mal y nos neguemos a taparnos las narices. Uno se tira dos días pegado al teléfono, intentando saber que los suyos están bien, uno recuerda una y otra vez todas las ocasiones en las que pilló ese tren para ir a perder la vida en algún trabajo de mierda, y encima tiene que aguantar la desfachatez y la falta de respeto de que algún demócrata-sonriente-de la clase media-culto-de izquierdas-tolerante-multicultural-pacifista le insulte.

El odio se está haciendo fuerte en los extrarradios de nuestros corazones. Somos intolerantes ante una forma de vida que nos mutila física y psíquicamente día a día.
Queremos vivir en medio de la muerte, y eso nos hace refractarios a cualquier autoridad. Somos así de poco demócratas, somos así de «violentos»…