El milenarismo, enfermedad infantil del anarquismo. (A propósito de las objeciones de un andaluz irredento)

Pepitas de Calabaza

Una conciencia limpia suele ser fruto de una mala memoria.
Aforismo polaco

La aparición de «A propósito de un texto de Os Cangaceiros» nos ha situado en el disparadero, por lo que haremos constar aquí lo que a nuestro juicio son los defectos reales de «El anarquismo andaluz», a la vez que respondemos a los argumentos de «un andaluz irredento», los cuales nos tememos que entretienen más de lo que instruyen y resultan mucho menos concluyentes de lo que a primera vista pueda parecer.

Señalemos, en primer lugar, que nos parece evidente que «El anarquismo andaluz» no se proponía un tratamiento exhaustivo ni del milenarismo en general ni del movimiento social andaluz en particular, y que la publicación separada de este capítulo de El incendio milenarista quizá no fuera la forma idónea de abordar el debate sobre el milenarismo, lo que, por otra parte, no se pretendía. Esperemos que la publicación del libro del mismo título disipe cualquier equívoco al respecto. Por otra parte, también es obvio que el artículo en cuestión parafrasea en abundancia determinadas fuentes y que la argumentación propia está poco desarrollada, al menos para quien conozca un poco dichas fuentes y esté familiarizado con los planteamientos teóricos de Os Cangaceiros.

Y. Delhoysie nos confirmó hace poco la redacción apresurada y la inclusión in extremis de dicho texto en L’Incendie millenariste, así como su plena conciencia de las insuficiencias del mismo. Por añadidura, reconocía que

[…] «la expresión “el anarquismo andaluz es un movimiento de esencia religiosa” es incorrecta, y comprendo que suscite la cólera de nuestro contradictor. El anarquismo andaluz fue ante todo un movimiento social y político que aspiraba a una transformación práctica de la sociedad. Ello no impide que su modo de expresión le aproximase a los movimientos mesiánicos, y al escribirlo, nosotros pensábamos más bien rendir homenaje a los anarquistas andaluces.»

No obstante, agregó a continuación que la reacción al artículo no le había sorprendido, entre otras razones porque:

[…] «los anarquistas (como, por lo demás, puede decirse de todas las corrientes radicales salidas del siglo xix) piensan que la cuestión de la religión está resuelta desde hace mucho. El anarquismo, al igual que el marxismo, adopta, tanto para lo mejor como para lo peor, los hábitos del racionalismo ilustrado. Ahora bien, nosotros pensamos que es preciso criticar el racionalismo ilustrado, y en particular en lo concerniente a que éste último no critica la religión más que de forma superficial.»

Si el «andaluz irredento» se hubiera limitado a decir que Os Cangaceiros no anduvieron demasiado finos en general o a señalar inexactitudes, expresiones confusas o generalizaciones abusivas donde las hubiere, poco tendríamos que objetar. Sin embargo, no ha sido ése el meollo de sus reparos, sino la indignación suscitada por una «caprichosa y trasnochada reivindicación del milenarismo» sobre cuyas motivaciones nada serio se nos dice. Oscila entre achacarla benévola y condescendientemente a las ingenuidades, veleidades o simples torpezas coyunturales de unos «despistados Cangaceiros», y fustigarla, horripilado y entre ásperos reproches, poco menos que como abominable capitulación ante el enemigo burgués o estalinista. En cualquier caso, y aunque el diagnóstico no haya sido de los que hacen época, admitamos que ha identificado correctamente la fuente del mal.
Difícilmente podemos darle la razón al irredento andaluz sobre esta cuestión central, ya que, por nuestra parte, opinamos que o se le han escapado del todo las motivaciones estratégicas del texto (reconozcamos que éstas no saltan a la vista) o —caso de haberlas adivinado— la urticaria materialista que le producen ha bloqueado el análisis a fondo de las mismas. De ahí que, en consecuencia, nuestro contradictor haya volcado sus energías en derribar castillos de naipes levantados por él mismo antes que en desentrañar y rebatir una concepción ciertamente opuesta a la suya, pero que mal se puede tachar de «romántica búsqueda del milenarismo andaluz que nunca existió», ya que éste no sólo existió, sino que fue estigmatizado a fondo por las organizaciones «históricas», como si se tratara de una infame «enfermedad infantil» a descuajar de raíz. Para muestra un botón, que prueba, además, que si estalinistas y burgueses han denostado al anarquismo andaluz por su milenarismo, no les ha faltado el concurso de ilustres cuates cenetistas, que no dudaron, por cierto, en acudir al tópico y a la explicación «racial»:

[…] Analfabetos, los andaluces sólo podían entusiasmarse por ideas sencillas y hermosas que les prometían el paraíso en la tierra sin necesidad de construir una compleja organización que hubieran sido incapaces de hacer funcionar. Para ellos, que sólo conocían un universo aldeano, rudo y limitado, que se alimentaban de gazpacho y sopa de ajo, fórmulas como la de «tomar del montón», absolutamente utópicas en una sociedad industrial, representaban algo muy palpable, pues «el montón» se reducía a sus ojos a un granero bien repleto. […] El comunismo libertario fue pues acogido por este proletariado rural miserable como una nueva religión, como una mística capaz de purificar el mundo. […]

[…] El drama de la cnt andaluza era justamente la mediocridad de sus militantes, desbordados por masas místicas, ignorantes, fácilmente inflamables por ideas negativas que sirven para evadirlos de su miserable condición. […] Esta ausencia de dirigentes pesó mucho sobre la solidez de la organización sindical, que fue sometida a formidables vaivenes, a enormes fluctuaciones de efectivos; pesó también mucho sobre la impregnación doctrinal: accesos de fiebre antiautoritaria, antipoliciaca, contra el orden establecido y la potencia de los latifundistas no bastaban para asentar sólidamente la ideología libertaria entre campesinos, analfabetos, tradicionalistas y muy religiosos a despecho de sus asaltos contra las grandes propiedades. […]

(César M. Lorenzo, Los anarquistas españoles y el poder, Ruedo Ibérico, París 1972)

Ganas nos dan de desentrañar el significado profundo de este berrinche burocrático (diríase que el «analfabeto campesinado» mostraba un saludable desdén por la ideología y sus promotores), pero vamos a aprovechar la ocasión para hacer una pregunta mucho más actual: ¿no podría ser que quienes hoy declaran la «inexistencia» de ese milenarismo estén llevando a cabo análoga tarea de mistificación por otros medios, al rehabilitar al anarquismo andaluz y otorgarle carta de ciudadanía?
Lo que no ha existido, en definitiva, es el presunto «despiste» de Os Cangaceiros (excepción hecha, claro está, de afirmaciones poco afortunadas o simplemente erróneas). A lo que cabe añadir que la «trasnochada reivindicación del milenarismo» tiene bases bastante más sólidas de lo que pueda parecer, y que resulta de muy difícil digestión para la teoría revolucionaria «moderna», sea anarquista, marxista o situacionista. Ahí es donde le ha podido doler al «irredento», fuera consciente de ello o no. Y no nos cabe duda de que en este terreno no corre peligro de encontrarse solo, si bien quizá no en la mejor de las compañías.

I

En lo que se refiere a fuentes con las cuales «nada bueno podría hacerse», no entendemos muy bien mediante qué arbitrario razonamiento nuestro «irredento» considera la obra de Díaz del Moral un «trabajo muy serio», y que en cambio El laberinto español de Brenan tenga que quedarse en «la voz de un solo señorito indocumentado» cuya «mirada se asemeja más a la de un viajero romántico del siglo xix que a la de un estudioso de lo social».
No faltan precisamente obras de viajeros románticos del xix (caso de Tocqueville y del marqués de Custine, en sus respectivos libros sobre ee.uu. y Rusia) más provechosas, pese a todas las inexactitudes que puedan contener, que las de la inmensa mayoría de «estudiosos de lo social» de este siglo. Personajes de extracción privilegiada y rentista se han mostrado con frecuencia mucho más perspicaces y mucho menos embusteros que sus coetáneos burgueses y universitarios, por la sencilla razón de carecer de motivos directos o profesionales de hostilidad hacia los movimientos sociales que describían.
Aunque nos parece estéril entrar en debates abstractos a favor o en contra de tal o cual fuente, nos llama poderosamente la atención la insistencia con que el «irredento» distingue entre una historiografía presidida por el «interés militante» —a la que él se adscribe— y la académica o universitaria, en la que incluye a Díaz del Moral y a Brenan, quienes sin duda tenían sus limitaciones, pero afortunadamente nada que ver con los universitarios actuales. Por lo demás, algunos de éstos últimos parecen merecerle al «irredento» cierta consideración, si nos atenemos a la afirmación según la cual la «historiografía académica desde hace tiempo viene despejando la cortina de humo levantada por Brenan, Hobsbawm y tantos otros».
De momento, y a juzgar por lo leído, más bien nos inclinamos a pensar que, mientras despejaba «cortinas de humo» ajenas, esa historiografía ha ido levantando otras de hechura más actual en su afán de «dignificar» y «rehabilitar» la percepción de ciertos movimientos.
Por último, y yendo a lo concreto, no vemos nada claro que Os Cangaceiros hayan «asumido íntegramente» la versión de Hobsbawm acerca de los sucesos de Casas Viejas, ni lo que tiene ésta de particularmente «vergonzosa», por lo que hubiera sido del mayor interés saber lo que al respecto dice Jerome Mintz.

II

Puesto que de fuentes toca hablar, por nuestra parte creemos obligado referir una a la que Os Cangaceiros no aluden en su artículo y a la que no es ajena su particular reivindicación del milenarismo. Se trata de Le Jugement de Dieu est commencé (El juicio de Dios ha comenzado), de Jean-Pierre Voyer, publicado en 1981 en el nº 1 de la Revue de Préhistoire Contemporaine. Y la consideramos relevante, no sólo porque ofrece una explicación de la presencia de rasgos milenaristas en ciertas revueltas contemporáneas, sino también —y quizá esto sea esto lo más importante— porque desvela la religiosidad subterránea del pensamiento presuntamente racional abanderado por los herederos «proletarios» de la filosofía de la Ilustración, que por cierto no falta en algún pasaje que otro de nuestro muy laico interlocutor.
Resumimos aquí, con toda la brevedad posible, algunas de las tesis de dicho artículo:
El pensamiento ilustrado fue la respuesta de la burguesía a la amenaza milenarista, así como las contrarrevoluciones inglesa, holandesa, francesa y rusa fueron su respuesta en el mundo.
El reinado exclusivo del materialismo y de la economía fue ese famoso sueño de la razón engendrado por la contrarrevolución burguesa. Durante dos siglos de contrarrevolución burguesa permanente, ese reinado ha sido la verdadera Edad Media de la revolución, la era de su oscurantismo. De ahí que el retorno de lo que se vio rebajado a la abyección en 1793 por la contrarrevolución burguesa [la religión] sea el lugar de paso obligado y forzoso de la mentira sobre la cuestión social a un estadio superior.

La religión sostenía (y sostiene) que el espíritu no es de este mundo, que el mundo es materialista; en consecuencia, falsea el principio espiritual de la comunicación y se erige a sí misma como espíritu de un mundo sin espíritu. Para glorificar el espíritu le es preciso calumniar al mundo. La religión es, pues, secretamente materialista. La supuesta escisión entre el materialismo y la religión no fue sino un episodio de la escisión característica de la mentira religiosa, la autonomización de uno de sus momentos.

La tentativa de realización terrenal de los principios espirituales de la religión por las revueltas milenaristas reveló la espiritualidad de la «vil multitud», o sea, del mundo. La forma teórica de la contrarrevolución burguesa se orientó a partir de entonces a prevenir toda tendencia milenarista entre los pobres volviendo la mentira religiosa del revés, como un guante. Al negar el aspecto espiritual de la religión —y a través de éste al milenarismo— se apoya sobre el aspecto materialista, colocado ahora en primera línea, y ya no expresa la religiosidad sino en unos términos que la niegan. Al hacer pasar la religión a la clandestinidad, también obliga a pasar a la clandestinidad a las cuestiones que ésta suscita.
Si la religión falseaba la cuestión de la comunicación, al menos se ocupaba de ella de forma explícita. La economía, a diferencia de la religión, se ocupa de ella siguiendo el astuto procedimiento según el cual, al eliminarse la cuestión, desaparece la respuesta.

1968 fue, por su simple existencia, la refutación de todas las concepciones preexistentes, la proclamación de una gigantesca huelga de ilusiones. Uno de sus principales frutos fue el comienzo del ocaso abierto del pensamiento materialista vulgar-progresista que había dominado las revueltas sociales modernas hasta entonces, y que no era sino el corolario del reformismo y el espíritu político pseudo-revolucionario.

Sólo se pueden emplear, sean cuales sean sus méritos y sus insuficiencias, las teorías presentes en tiempo útil. Ahora bien, debido a que la era dorada del oscurantismo materialista como mentira sobre la cuestión social ya ha quedado atrás, la religión es la única teoría de que disponen ciertos pobres para ciertas cuestiones y también la única mentira disponible para los enemigos de esos pobres. El retorno de la religión como mentira posible y como teoría disponible, prueba a) que la religión aún no ha sido criticada, y b) la palmaria insuficiencia de la teoría revolucionaria «moderna».

Os Cangaceiros comparten este punto de vista —tan discutible como se quiera, pero que merece cuando menos ser conocido, debatido y criticado por lo que es— y por tanto su reivindicación del milenarismo tiene muy poco que ver con la reproducción de «tópicos» sobre el anarquismo andaluz o los andaluces a secas, y mucho con juicios como los siguientes, que a nuestro «irredento» parecen haberle pasado desapercibidos o que no ha considerado dignos de comentario o crítica:

[…] Nos quedaríamos cortos si dijéramos que se trataba de una ruptura con el pensamiento materialista vulgar que servía de base a la socialdemocracia europea: el anarquismo español era sencillamente ajeno a esta forma de pensar, cuyas preocupaciones reformistas le traían sin cuidado.

[…] Los trabajadores españoles no estaban imbuidos de la lógica reformista que regía entonces al movimiento obrero de Europa occidental; las ideas económicas no les entraban en la cabeza, y de ahí el fracaso de las tentativas de conducir la lucha de los trabajadores a un terreno puramente sindical.

III

«… El socialismo, fuera reformista o pseudo-revolucionario en su versión leninista, pretendía integrar a los pobres en tanto que trabajadores en la sociedad burguesa —de ahí su rechazo hacia todos los pobres que no trabajaban, elementos a sus ojos turbios y sospechosos—. No había superado la religión: sólo había hecho abstracción de ella. Su punto de vista era el del individuo político cuyas aspiraciones y necesidades se definían en el interior de la sociedad burguesa y en la que debían hallar satisfacción.»

El anarquismo andaluz

Distintos sectores del ex movimiento obrero han sido comparados más de una vez, no con los movimientos milenaristas, sino con la Iglesia católica (el estalinismo, en particular) y con las sectas radicales surgidas del protestantismo. Y antes de que alguien nos salga con la cantinela (inexacta, además) de que tales comparaciones son cosa de burgueses malintencionados, le recomendaríamos que primero se molestara en verificar si la práctica religiosa no es el prototipo de toda práctica reformista o que nos explicara cómo y por qué la conciencia religiosa, que se basaba en la pérdida general de toda ilusión en este mundo, se ha metamorfoseado en nuestros tiempos en un integrismo cristiano o musulmán que se da como tarea prioritaria salvar esas ilusiones y el valle de lágrimas en el que se asientan.

Desde luego, tendría mayor interés que oponer a la caricaturesca descripción según la cual el anarquismo «se habría instalado entre el campesinado andaluz sobre los raíles ya trazados por una especie de cristianismo de base, profundamente arraigado durante siglos» argumentos de tanto calado como el que sigue:

[…] «Lo que parece más lógico es que el distanciamiento progresivo de los pobres con respecto a la Iglesia y la religión viniera ya de antiguo. El éxito del anarquismo pudo haber radicado, entre otras cosas, en dotar a ese rechazo de un discurso claro, estructurado y coherente.»

Ya. Y por lo que a precisión expresiva se refiere, tanto daría decir «distanciamiento progresivo» como «distanciamiento molecular que se pierde en la noche de los tiempos». Para eso, mejor la estructura del cuento infantil: érase una vez un resentimiento anti-eclesiástico mantenido en barbecho durante siglos —cual acumulación originaria de talante proto-ilustrado— que un buen día se topó con una fértil doctrina libertaria. Pasó lo que tenía que pasar y ¡hala! : la cosecha del siglo. A las caricaturas podemos jugar todos. Y dicho sea de paso, puestos a comparar, sería ésta —y de lejos— la más milagrera de las dos.

¿No sería más lógico afirmar, como hacen Os Cangaceiros, que «la revuelta de los pobres es siempre tributaria de aquello a lo que se enfrenta» que atrincherarse en el dogma burgués de la contraposición entre una cavernícola fe católica y respetables ideologías laicas pertenecientes a otro orden de cosas, a saber, científico, racional, plural, progresista y ácrata?

Y puesto que con la ideología hemos topado, démonos aquí mismo el gusto de rechazar la ficción interesada de que existiría un abismo insalvable entre ésta y la religión, así como a dar por buenas groseras simplezas como la que pretende que la religión gira en torno a lo «pasional» mientras que la ideología lo haría en torno a lo «racional». Como colofón, y como contribución a la ruina de todos nuestros enemigos, expondremos la diferencia y la relación entre ambas.
El cristianismo medieval se fundaba expresamente en el sufrimiento engendrado por la separación existente entre Dios
y la comunidad cristiana, y la que dividía a ésta en señores y siervos: «sólo los que sufren piensan en Dios». La conciencia pública del sufrimiento, su carácter inteligible y comunicable, constituían el núcleo racional de la fe religiosa; la necesidad de dotar a este sufrimiento de un sentido ilusorio, la promesa de su supresión en el más allá y el consiguiente acceso a la dicha eterna —previa sumisión a él y a la voluntad divina de la que emanaba en el más acá— constituían su aspecto irracional, el cual le impedía criticar la separación pero que al mismo tiempo le impedía ocultarla.

El fundamento oculto de la ideología es la ausencia de comunidad que acarrea el encumbramiento del dinero como única potencia social, y la consiguiente necesidad de represión en el más acá del sufrimiento producido por la separación absoluta entre el individuo y el género. La ideología suprime (o se propone suprimir) este sufrimiento —vivido por el individuo aislado como un enigma indescifrable— de forma ilusoria, convirtiendo a individuos completamente ajenos unos a otros y carentes de todo vínculo sustancial entre sí en miembros abstractos e intercambiables de una comunidad ficticia en cuyo seno la unidad se establece haciendo abstracción de aquello que separa realmente y afirmando aquello que une abstractamente. (De esto, los militantes podrían contarnos lo suyo)

En tanto que supresión ilusoria de la separación, la ideología suprime el pensamiento de la supresión real de la separación, el movimiento real de comunicación de la teoría revolucionaria, o la teoría revolucionaria como proceso de comunicación real. La apariencia racional de la ideología desvela así su realidad de sinrazón absoluta, pues el núcleo irracional de la misma es la represión del sufrimiento y de su comunicación pública.

Como puede apreciarse, ni la religión es tan irracional como a veces se pretende, ni la ideología tiene de racional más que la apariencia. Y se entiende perfectamente que en determinadas situaciones de «atraso» o, mejor dicho, en las que no se ha disuelto por completo toda forma de comunidad, la primera se convierta en inevitable y necesario punto de referencia de los movimientos de resistencia social (carlismo, integrismo musulmán, Hispanoamérica), o que imprima a éstos un marcado carácter milenarista (anarquismo andaluz). De lo que se deduce que es igual de ignominioso denigrar a dichos movimientos por tal circunstancia que sostener que quien la pone de relieve los esté denigrando.

IV

«[…] El famoso dilema, que en Europa fue zanjado como se sabe, entre, por una parte, las reivindicaciones inmediatas por el «bienestar» del trabajador, y por otra, el proyecto más general de emancipación, nunca salió realmente adelante en España. Más bien, a lo que se vieron confrontados los proletarios españoles fue a los desastrosos efectos de una burocracia cenetista que quedó fascinada por el Estado.»

La hora española, Os Cangaceiros, nº 3

Veamos, por otra parte, en qué puede haber acertado Brenan al aventurarse a afirmar que en el anarquismo ibérico había cierto ramalazo de reforma protestante pendiente. Aquí es nuestro irredento contradictor el primero en acudir inconscientemente en nuestra ayuda, al pretender que el detestable «ascetismo» que Os Cangaceiros parecen festejar nada tendría que ver con toda una serie de «comportamientos militantes» de la época, como no fumar, no beber, no jugar a las cartas, etc…

A primera vista se diría que la «funcionalidad directa» de dichos comportamientos no debía distinguirse mucho de la de las campañas anti-alcohólicas y en pro del ahorro llevadas a cabo por las sectas metodistas, wesleyanas, etc. que por aquel entonces proliferaban en el medio obrero inglés con ánimo de «dignificarlo» y «dotarlo de conciencia»; de hecho, para combatir la propensión al gasto inmediato e «improductivo» y el caos existencial visible y público que de él resultaba. Aunque la letra presente variaciones, la música es la misma en todas partes: so pretexto de hacer a los pobres dignos de entrar en el reino del socialismo o de la acracia, el primer paso es reformar su conducta y «racionalizar» su miseria, encomiable propósito tras el cual se ocultan tres reveladores supuestos tácitos: a) que los pobres no son aptos para combatir su miseria sin antes poner un poco de orden en su vida cotidiana; b) que es concebible y posible poner orden en la vida cotidiana segregada por el capitalismo (y entonces la pregunta pertinente es: ¿hasta dónde?), y que dicha tarea es demasiado vital como para dejarla en manos de las instituciones asistenciales y represivas del orden establecido (en cuyas manos suele acabar antes o después) y, por último, c) que ello (dogma materialista-reformista obliga) constituiría un «progreso» que aproxima a la meta final. Curiosamente, en nuestros tiempos, suelen ser el Estado, las ongs y otras organizaciones «humanitarias» las que se ocupan de dicha tarea moralizadora y de regulación social, pero sin ocultar que lo hacen para sostener lo existente ni alardear mucho de sus virtudes transformadoras.

Podría objetársenos que, a falta de otras instituciones que se ocuparan de tales cuestiones en aquellos tiempos, tenían que hacerlo las asociaciones obreras, lo cual no haría sino confirmar que el movimiento obrero se constituyó sobre una base defensiva. Entre el espíritu milenarista de denuncia del advenimiento del reino de la necesidad brutal como obra del Anti-Cristo, y la colonización posterior de las mentes por la pseudo-racionalidad económica y la jerarquía utilitarista de las necesidades, media un progreso bárbaro y una derrota en el pensamiento. El consenso dominante, sin embargo, es que la derrota fue bárbara pero necesaria y que supuso un progreso tanto en la realidad como en el pensamiento, e incluso que no hubo derrota alguna, a no ser la de las tinieblas de la Edad Media.

No es de extrañar, por consiguiente, que nuestro interlocutor no se anime a despejar la espesa bruma acumulada en torno al «problemático equilibrio, práctico y doctrinal, entre acción reivindicativa y revolucionaria en el anarcosindicalismo español», y que a falta de internarse en semejante berenjenal, nos ofrezca una distinción más bien superficial y acartonada entre lo «revolucionario» y lo «reformista», proclamando bien alto que la cnt fue… al menos hasta la guerra civil… ante todo una organización revolucionaria… si bien jamás dejó de tener sus tendencias reformistas y burocráticas…

En esa línea, limitarse a exponer que la cnt «identificaba el reformismo con la participación en la política institucional o la connivencia con ella», y que ante las elecciones de febrero del 36 «evitó hacer campaña por la abstención, lo cual, si bien es bastante discutible desde un punto de vista revolucionario, está muy lejos de llamar activamente al voto como hubiera correspondido a una organización reformista» constituye un piadoso malabarismo retórico para velar una realidad mucho menos elegante: que abandonar toda campaña abstencionista y dar libertad de voto a los afiliados era tanto como exhortar a acudir a las urnas sin reconocerlo. Durruti —el mismo que tres años antes había lanzado la consigna «Frente a las urnas, la revolución social» en el mitin monstruo de la Monumental de Barcelona— tuvo en esta ocasión la honestidad de proponer a la cnt que asumiera lo que en la práctica pretendía y llamara directamente a votar por el Frente Popular, lo que motivó que se le llamara al orden.

Con todo, los ires y venires en torno a la actitud cenetista ante tal o cual consulta electoral no son sino una forma de esquivar el asunto de fondo, que es la total ausencia de crítica real de la política (incluida ahí la «no-institucional») por parte de la cnt, como demuestra, por ejemplo, su reiterada participación en las diversas conspiraciones y componendas para traer la IIª República.

El prometedor llamamiento inicial al rigor lanzado por el «irredento» a fin de evitar el escollo de creer que la historia carece de «elementos conflictivos, contradicciones, tropiezos, errores y miserias de toda clase», desemboca así, no en una exigencia de lucidez por encima de todo, sino de comprensión con quienes defienden la memoria de una cnt portadora de no se sabe qué venerable acervo (o de qué valores eternos) y en una invitación a no hurgar más allá del elástico límite definido por el respeto a los muertos, aunque ahora estos sean anónimos y colectivos y no beatificados (otro progreso).

Transgredir dicho límite sería —por lo visto— hacer causa común con aquellos que «llegan a sugerir rastreramente que la cnt habría jugado entre los campesinos un papel contrarrevolucionario» y a los que «les gusta imaginarse a las hordas de la Edad de Oro refrenadas a duras penas por la burocracia confederal». Lo cierto es que Os Cangaceiros —en lugar de dedicarse a atribuir certificados de salvación o condena «revolucionarios»— han dado ejemplos bien concretos y detallados de oposiciones y momentos de enfrentamiento entre bases y burocracia confederal. Por tanto, mal puede decirse que hayan hecho «insinuaciones» —rastreras o no— acerca del papel histórico de la cnt, o que se hayan dedicado a «imaginarse» escenarios inexistentes. Acaso ocurra sencillamente que piensen que organizaciones e individuos se califican por sí mismos en función del papel efectivo que desempeñan
en la evolución y el desenlace de los conflictos sociales, y que basta con no poner a nadie por encima de la crítica para que unos y otros vayan ocupando el lugar que en la historia les corresponde.

Eso es precisamente lo que hemos tratado de hacer a lo largo de estas páginas: poner las cosas en su sitio y despejar la confusión en toda la medida de lo posible. Sólo nos queda concluir que quien discrepe o se sienta ofendido ante dicha tarea de desmitificación no tiene más que probar que ésta no ha sido tal, echándole toda la indignación que le pida el cuerpo, pero a ser posible afinando al máximo, ya que de lo contrario lo que revelará será más bien su propia incompatibilidad con ella, o que en lugar de «superar la religión» prefiere hacer abstracción de ella.